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Las noches locas del Museo Chicote

Las noches locas del Museo Chicote

La noche en Madrid tiene un lugar donde se sienta a la barra. En Gran Vía las apariencias y el glamour se difuminan para generar noches de libertad y desenfreno. En la barra este templo han dejado huella Ava Gadner, Frank Sinatra, Audrey Hepburn, John Wayne, Ernest Hemingway, Salvador Dalí o Alexander Fleming. Durante décadas fue el bar oficial de las estrellas del Hollywood dorado y de las celebridades. Showmoon explora la luna que iluminó a todos ellos en noches locas para el recuerdo en el Museo Chicote.

Creía Baudelaire que la vida es para vivirla ebria. Una filosofía elevada a la categoría de arte en las noches del Museo Chicote, donde las botellas son reverenciadas por encima de todo. El bar nace en 1931. Pedro Chicote, barman del Hotel Ritz madrileño, abre sus puertas para poner en práctica la sabiduría coctelera que fue adquiriendo en el prestigioso hotel. Chicote era un currante nato. Comenzó a trabajar en un bar a los ocho años. Llevaba la coctelería en la sangre y tuvo la idea genial de fundar la primera coctelería de la ciudad además de crear el primer catering de Madrid.

Chicote en su barra

La barra de Ernest Hemingway

La guerra civil española podía ser un importante obstáculo para cualquier establecimiento, pero no para Chicote. En plena contienda cimentó su leyenda a través de un reportero inmortal. Esquivando misiles del bando franquista Ernest Hemingway recorría la Gran Vía de Madrid desde su alojamiento en el Hotel Florida, en la Plaza de Callao. En él jugó al amor con Martha Gellhorn.

Hemingway se sentaba en la barra maravillado por la decoración art-deco. Allí pasaba horas disfrutando de la conversación de Pedro Chicote y sobre todo de sus creaciones. Asustado por una diabetes imaginaria le pidió a Chicote un nuevo cóctel sin azúcar. El bartender le obsequió con una de sus recetas más legendarias: El Papa Doble. En él sustituía el azúcar por lícor de maraschino en un Daiquiri especial que enamoró al Nobel americano. En el Chicote dijo una de sus frases más míticas: La comida tiene algo de poesía. Siempre que me lo permite la digestión me dedico a escribirla.

Hemingway con Chicote

Sus cócteles favoritos viajaban consigo en un termo de un litro que llevaba al frente o a la alcoba junto a su amada Martha. Entre aventuras podía pasar horas bebiendo las maravillas de Chicote. En una ocasión tras beberse 10 cócteles entre las 10 de la mañana y las 7 de la tarde le preguntaron extrañados por su secreto para mantenerse sobrio ante lo que respondió: El secreto es beber de pie. Al ser el único local abierto en pleno asedio de la ciudad, en sus paredes se forjó una leyenda en la que también se involucraron aventureros como Errol Flynn.

Las historias de Hem fomentaron un aura de leyenda en el local en los 40 y los 50 cuando desembarcaron en masa las principales celebridades del mundo. Una vez se cruzaban sus puertas se podía olvidar la crudeza de la posguerra española. Ya convertido en un museo de botellas que llegó a albergar más de 11000, el precio de sus combinados era de 3 pesetas y de 5 sus cócteles en los 40, un precio desorbitado para la época.

Los besos furtivos de Ava Gadner

Comenzaron a sucederse las noches por las que el local se convirtió en inmortal. A la lujosa clientela habitual se fueron añadiendo las estrellas de cine, los premios Nobel, los artistas y los literatos. En Chicote podías codearte con los rostros que estaban cambiando el mundo. Uno de los símbolos del bar era la diva Ava Gadner, “el animal más bello del mundo” y el más salvaje. Entre 1954 y 1968 residió feliz en Madrid. Sus noches pertenecían a sus amantes y al Museo Chicote.

Ava y su cóctel de Chicote

Una vez que descendía del avión en Barajas comenzaba una maratón etílica que finalizaba en Chicote. Allí vivió noches de locura, rodeada de apuestos galanes y muchas copas. Entre ellos se encontraba el torero Luis Miguel Dominguín, padre de Miguel Bosé, al que le dedicó caricias y largas noches de pasión. En un lugar tan frecuentado por estrellas no fue extraño que el hecho llegara a oídos del marido de la diva. Frank Sinatra se subió a un avión con una dirección marcada en su libreta: Gran Vía, 31.

Frank era de armas tomar y no se iba a arrugar por encontrarse en otro continente. Entró en el bar buscando desesperado a su mujer. La encontró en buena compañía. La discusión se convirtió en mítica en Madrid y terminó con una habitación destrozada en el Hotel Intercontinental, donde se alojaba Ava y donde aún conservan la habitación intacta.

No obstante, ambos compartieron mesa en muchas noches de Chicote. Noches de mucho alcohol. En una de ellas, la actriz le dijo a Chicote: Este es un bar de putas y yo soy una puta. El glamour a veces no está reñido con el lenguaje de la calle. Otras noches estaba más inspirada y susurraba: Encadenadme aquí y convertiré en sueños cada una de esas botellas.

Ava, Frank & Chicote

Decir no a Sofía Loren

La gran colección de botellas de Perico Chicote eran deseadas por las fortunas mundiales. El segundo marido de Jackie Kennedy, el armador griego Aristóteles Onassis, llegó a ofrecer una suculenta cifra que fue rechazada en presencia de María Callas. La respuesta que recibió aún perdura: hay dos cosas que siempre he querido en este mundo: a mi madre, que ya no la tengo, y a mi museo, que no puedo dejar de tener. Una colección iniciada en 1927 cuando trabajando en el Ritz el embajador de Brasil el regaló dos botellas de Caçapa.

Gregory Peck

El museo y sus maravillas daban continuamente la vuelta al mundo. Una noche de ensueño Sofía Loren bebía las delicias de la casa junto a Cary Grant. La mirada de ambos se posó en la figura de una botella de porcelana cuya forma suponía una réplica exacta del cuerpo de la actriz italiana.

Sofía Loren insistió a su amigo Chicote que le vendiera la botella pero la sorprendente negativa recibida respondía a una vieja norma de la casa: Las botellas ni se regalan ni se venden. La italiana salió con un mosqueo considerable del local y su enfado quedó inmortalizado en el periódico italiano Il Matino con el inolvidable titular: Chicote le dijo no a la Loren.

Desde su asiento especial en el bar quizás la musa italiana comprobó la única noche en la que se rompió esa regla. La visita de Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina, revolucionó el Chicote. En gratitud de su gesto al regalar a la humanidad la sustancia que salvaría tantas vidas, Perico le obsequió con un Whiskey escocés que el investigador bebía desde sus tiempos de estudiante de Oxford. Chicote tenía aún fresco en la mente sus recuerdos de la guerra civil donde hacía estraperlo con este antibiótico en su local.

En el interior de Chicote

Noches con burbujas

En otras noches, las burbujas exhalaban glamour y la locura inspirada en el hedonismo y el anonimato desbordaba los viejos corsés. En una de esas madrugadas se produjo un recordado incidente. El actor Cary Grant disfrutaba de una velada única entre amigos cuando en plena efervescencia tumbó una pieza de la colección del local. Cary se quedó apesadumbrado pero Chicote ni se inmutó, aceptó sus disculpas y no le pidió ni un céntimo por la pérdida.

El actor asombrado por el gesto buscó durante un tiempo la botella en cuestión: Un licor indígena de las Islas Afortunadas. Le costó hallarlo pero lo hizo justo a tiempo para entregarlo a un emocionado Chicote que reservó un hueco de honor entre sus botellas.

Chicote y sus botellas

La discreción y el carisma del hostelero madrileño fueron clave para atraer a las celebridades de entonces, siempre esquivas con la prensa y celosas de su intimidad. Sabía imponerse con mucho tacto a la hora de echar el cierre, justo cuando más complicado era despertar de aquella nube a sus ilustres parroquianos. En ocasiones, también supo perdonar cuentas pendientes. Pocas broncas se recuerdan, a lo que contribuía su imagen y su apodo: El Velázquez de los cócteles.

La vida en un cóctel

No solo grandes artistas poblaron la noche del local sino que grandes líderes mundiales se tomaron una copa en Chicote. En 1959, le visitó Ike Eisenhower en pleno acercamiento del gobierno americano y Franco durante la guerra fría. Chicote maridó la velada con unos suculentos Valdepeñas que el viejo general saboreó con pasión. Al margen de los fangos de la política, el bar brillaba con el esplendor de las estrellas.

Jane Mansfield

Muchos artistas se inspiraron en el local. Uno de ellos fue Salvador Dalí, que se pasaba horas recorriendo las estanterías donde se agolpaban las botellas de Chicote. El surrealismo de su forma y su procedencia hacían mella en el pintor de Cadaqués. La personalidad de Dalí encajaba en los delirios de las noches de Chicote pero incluso él era eclipsado por un ciclón llamado Lola Flores.

Las visitas de La Faraona eran habituales y tenía la potestad de transformar una tranquila velada en la juerga del siglo. Solo ella era capaz de enseñar español a Gary Cooper con una copa en la mano o de convertir en bailador flamenco a Orson Welles en medio del local. Lola era terrible en sus noches locas en las que solía compartir mesa y confidencias con Ava Gadner.

Brindis por Chicote con Dali

Noches con mucho que decir acompañaron a Audrey Hepburn en Chicote. El icono del glamour disfrutaba de la coctelería de Chicote en compañía de Mel Ferrer. En otras mesas del local apuraban su sorbo otra pareja ilustre, Grace Kelly y Rainiero de Mónaco.

Compitiendo en belleza otra asidua del museo se deleitaba con su pasión por el buen beber. Era Rita Hayworth quien aprovechaba su rodaje de El fabuloso mundo de circo para vivir la noche madrileña junto a John Wayne y Claudia Cardinale. Aunque, quien inspiró a Chicote fue Bette Davis. El poderío de sus ojos le valieron un cóctel en la carta que solía disfrutar copiosamente.

Pocos han sido los que se han atrevido a pedir una bebida no alcohólica en semejante templo a las bebidas espirituosas. Las leyendas del Real Madrid Alfredo Di Stéfano, Molowny y Olsen se presentaron una noche ante Perico Chicote y le pidieron sin complejos una Coca-Cola. Chicote les sonrió y les preguntó: ¿Traen receta?

Alfredo Di Stéfano disfrutando de Chicote

Otro famoso abstemio que pasó a la historia del Chicote fue el dramaturgo Alejandro Mack-Kinley, quien retó al famoso coctelero a crear un volcánico cóctel sin alcohol. El resultado fue el Mack-Kinley Cóctel, toda una leyenda. Resultaba tan intenso que debía acompañarse con un sorbo de cerveza tras beberlo.

La leyenda interminable

Tras la muerte de Chicote en 1977, el mágico local de la Gran Vía acusó el golpe. El empresario José María Ruiz Mateos se hizo con el Museo Chicote y comenzó a desmembrar la maravillosa colección de botellas de Pedro Chicote. Algo que terminó de suceder en los 80 cuando el gobierno le expropió su grupo empresarial RUMASA. Las botellas se vendieron a un particular aunque existen rumores de una posible recuperación de parte de la colección.

Tras cambiar de gestores siguió acogiendo a los rostros de la Movida en los 80 y a las nuevas celebridades mundiales como Antonio Banderas, Madonna, Penélope Cruz, Madonna, Pedro Almodóvar, Natalie Portman o Robert De Niro en los 90 y los 2000. Su magnetismo sigue intacto y con el paso de los años se ha convertido en un icono. Una de las últimas noches locas de este local la vivió Robert De Niro de visita en Madrid cuando se encontró a Pilar Bardem, madre de Javier, y a Carmen Machi. Del Chicote surgió una buena fiesta y una profunda amistad entre actores.

Sentarse en esos asientos tan llenos de historia provoca que el ayer y el mañana se vistan de frac para servirnos un cóctel. Las noches soñadas por Chicote siguen alumbrando la Gran Vía dando lustre a la frase del genial escritor Miguel Mihura: He nacido en Madrid porque es lo que más cerca está de Museo Chicote. El lugar donde codearse con la historia y con las estrellas es pura rutina.

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