The Lobstar ha llegado para quedarse. Madrid es una constante revolución gastronómica: podemos medir su pulso al ver la cantidad de restaurantes que se abren cada semana en los barrios más vivos y en zonas menos trilladas. Podríamos comer cada día en uno sin repetir durante meses. Sin duda, es una de las cosas que más me gusta de esta ciudad, su capacidad de sorprenderme día a día en todos los aspectos y su viveza.
Uno de los barrios que, bajo mi humilde punto de vista, se renueva con cierta frecuencia es Bilbao. A camino entre el Chamberí más castizo y la modernidad patente de Malasaña, se encuentra la calle Carranza, llena de sorpresas como la de que hablaremos ahora. Es una zona que siempre me gusta otear y es que mi olfato foodie conoce mis gustos.
Al comienzo de esta calle encontramos un local de esos que solo con pasar, hace ojo: hoy hablaremos de The Lobstar.
Su concepto
Su concepto es muy sencillo: materia prima de calidad y un puñado de buenas recetas de Estados Unidos. Dicho así, no parecería tan atractivo pero os diré la palabra clave: langosta.
Sí, la democratización de la langosta ha llegado. Si bien en España es consumida como un producto excepcional y de lujo, en Estados Unidos le han dado un giro y lo han convertido en un concepto mucho más divertido.
Está claro que nuestra imagen de la comida norteamericana es la de la cultura de la hamburguesa, perritos calientes y las cantidades industriales pero como en cualquier país y más de tan vasto tamaño, la oferta que nos llega aquí es ínfima. Sin olvidar que es un territorio inmenso con dos costas bien diferenciadas, el marisco es un excelente team player.
En la zona de Maine, uno de esos estados septentrionales considerados Nueva Inglaterra, la langosta es un ingrediente principal para comprender la gastronomía local.
Allá en los años 70, pensaron en introducirla en un pan dulce y aliñarlo con salsa y verduras et voilà, aquí tenemos el lobster roll.
Resumiendo, The Lobstar nace de esta carencia de otro tipo de oferta de comida estadounidense en Madrid, más allá de las fronteras de lo conocido, y de una aceptación alta al marisco y pescados en la ciudad.
The Lobstar, a juicio
Cruzando la puerta uno sabe qué pasará una noche divertida: neones, toque industrial, sofás de dinner y cocina abierta son los elementos que de entrada conquistan. Si a esto le sumamos un hilo musical de lujo, invita a quedarse.
Con extrema amabilidad fuimos recibidos y es que la simpatía es la tónica reinante en este bello local: uno puede estar hablando de forma relajada, distendida, sin gritar. Para mí el ambiente es un punto a favor. Ellos lo llaman Rockin’ Food y me encanta el concepto como amante de la música…
Pasando a la carta, nos gusta su concreción: algunos entrantes, rolls, sopas como la clam chowder, ensaladas y alguna cosa más. Prefiero las cartas breves donde uno ya sabe que la calidad de mucho superior que cuando tratan de abrumarme con mil platos. Si buscas carne, no es tu sitio.
Nos costó decidir pero de entrante no me podía resistir a las almejas gratinadas con mantequilla y bacon (casino clams): ocho unidades recién sacadas del horno, con su pan dorado, presentadas encima de sal gorda. Sabor acertado y la almeja deliciosa al guardar el calor del horno. Perfecto para abrir boca.
Venía la hora de pedir los principales: tenía clarísimo que quería un lobster roll, plato estrella de la casa. Ya solo con pensar que la materia prima la traen de Estados Unidos y el pan lo hacen ellos in-house, me relamía.
Y no decepcionó. Acompañado con pepinillos (los clásicos dill pickles, de gran tamaño) y salsa búfalo, una especie de ketchup pero con un fondo picante. Y como no, las clásicas patatas raqueta y también se puede poner batatas en su lugar, otra cosa que me vuelve loca como acompañamiento.
El bun va relleno de carne de langosta donde predominaba el sabor característico del apio y todo muy jugoso gracias a la abundante dosis de mayonesa que une todo, además del toque de mantequilla que lleva el pan. Al verlo piensas que te quedarás con hambre, pero, es contundente. Es un bocado delicioso.
Pedimos otro de los principales: los Mac and cheese con carne de bogavante. Para mí este plato es un hito porque amo el queso sobre todas las cosas y esa mezcla de este oro líquido fundido como es el cheddar mezclado con la sabrosa carne de langosta. Es un plato que cunde y llena, pero que volvería a repetir.
The Lobstar, una experiencia muy grata
Si volviera a ir, que anticipo que lo haré, no me dejaría de pedir los shrimp tacos ni el roll de gamba tempurizada.
No pudimos resistirnos a los postres: sin tener una gran cantidad para elegir, todos hacían ojo. Nosotros nos decantamos por el sándwich de galleta con helado de brownie. Muy rico con su contraste de texturas, una mezcla deliciosa. Otra vez probaremos el donut casero de sidra con coluis de arándanos.
En resumen, fue una experiencia gastronómica muy deseable especialmente si vas con amigos o buscas un lugar para una cena distendida, para dejarte llevar por la gastronomía local de Nueva Inglaterra. Para aquellos que nos apasiona comer con las manos en un sitio chulo y con una selección musical insuperable.
Cabe destacar la amabilidad del personal que trabaja aquí. Gran predisposición a ayudar y a asesorar en los platos sin cansar.
Volveremos, esta combinación de rock and lobster nos ganó. Y The Lobstar lo tiene todo para gustar.
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