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El rayo de luna perdido

El rayo de luna perdido

Moon Tales te cuenta relatos urbanos y nocturnos de ficción. Se trata de noches invadidas por un realismo mágico sin propósito ninguno más que hacerte disfrutar de una extraña historia. Nuestra primera edición te sumerge en ilusiones y desilusiones representados por un bello y misterioso halo de luna.

Las calles son como bombas racimo para la memoria. Cada esquina te envuelve en un recuerdo a evitar. Por las calles ocultas de mi mente me dirigía hacia mi noche más brillante. Una noche sin rey ni reglas que obedecer.

Luces y música flotan en el ambiente. La luna nos vigila. Y en medio de aquel estado de consciencia alterado saltaban al escenario unas tipas venidas de Brooklyn. En sus estrofas encerraban alquimias psicotrópicas. Locura escénica para incendiar la noche de la mano de Prince Rama. La Sala Sol se encontraba a media asta buscando tiempos mejores pero el descaro de aquellas tías me tenía atrapado.

Un Bourbon para sumergirme en la noche y una mirada que se cruza sin remedio. Vi tu rostro en tantos cuerpos y en tantas alcobas que no me sorprendió verlo de nuevo en aquella escandalosa figura femenina. Recuerdos de tragos sin fin y muecas de dolor ante una barra se precipitaban en el aire de la noche. Aquellos ojos que tantas groserías me habían dicho se acercaban hacia mí pero un destello de luz precipitó la verdad. No eras tú.

No importaba. Tu perfume la poseía y sus palabras atrevidas sonaban como un viejo riff de Johnny Cash. No había marcha atrás. Bebimos de la misma botella y nos besamos durante la última canción de Prince Rama, mientras sus inquietas piernas saltaban sn parar. Sustancias nocturnas brotaban de sus manos y así fue como me dejé llevar por los callejones de la ciudad. Era una luna en medio de aquella oscuridad.

Madrid de noche. Foto: Madrid Secreto

Besos furtivos y miradas indiscretas eran nuestras compañeras de viaje. Ella era mi guía por peores antros de la ciudad y su conversación giraba en torno a filosofías y secretos olvidados. Nuestros cuerpos se convulsionaron en el siguiente bar gracias a su boca convertida en ambrosía. Aquella desconocida se conviertió en mi chamán. Cánticos, desfase y colores adornaban aquel after en el que nos perdimos en el baño.

Distintos laberintos se escondían bajo su blusa convertidos en mapas del tesoro. Se avecinaban peligrosas curvas en su cuerpo enroscado en el mío. La noche se volvía borrosa y las luces escapaban de su rostro hasta el punto de contemplar mis viejos recuerdos. Mis penas se evaporaron rápido creando un mapa del placer más irracional.

De sus labios brotaba un dulce elixir capaz de hacerme combatir con el portero de aquel sucio antro. La violencia es el último refugio de los necios y los derrotados por el tiempo. Yo me sentía así. El reloj avanzaba y temía que aquel frenesí terminara en un adiós o en monotonía. Los placeres eran inagotables y una fuerza misteriosa nos dio la lucidez suficiente para atravesar la ciudad. Yo no sabía responder a mi sano juicio, ella lo había afectado con la misma perversión con la que me había sacudido la vida en los últimos meses.

A lo lejos se divisaba el río. Ella, como una bella dama del lago, se quitó cuidadosamente sus delicados zapatos y su provocativo vestido. En su cuerpo llevaba tatuado un verso del Cantar de los Cantares. Nadie excepto la luna nos contemplaba y por un momento la libertad se vistió con cuerpo de mujer. Se arrojó sin dudarlo a las profundidades de aquel contaminado río convertido en la laguna del amor perdido. No tardé en lanzarme y justo cuando la besé vi tu rostro. Retrocedí asustado al ver la misma perversa sonrisa con la que nos despedimos en aquella estación de tren.

El río y la luna – Foto: Paperblog

De repente, mi musa se sumergió dejando tras de si un halo de indiferencia y burbujas que brillaban de manera extraña con el reflejo de la luna. Aullé desafiante al astro rey de la noche a modo de reverencia y me dejé arrastrar al fondo del río en busca de mi perdición.

Aquello me parecía una especie de bautismo lunar. Ella se esfumó. Busqué aquel cuerpo del pecado bajo las aguas pero su anatomía había desaparecido. Chapoteé como un niño sin respuesta hasta que mis ojos se cerraron. Cuando abrí mi mente de nuevo, me encontraba en un habitáculo mal iluminado con fluorescentes que trataban de mitigar la tristeza del lugar. Me sentí desamparado y húmedo. Había perdido aquel rayo de luna que había iluminado mis ojos.

Un policía se acercó y desveló el secreto. Estaba en la comisaria de Leganitos, en el centro de Madrid. Le grité pidiendo un rescate de mi amante desaparecida. Tras una extraña mueca me acompañó a rellenar unos papeles y mostrarme las imágenes de las cámaras. En ellas se me veía arrojarme al río desnudo y solitario. En el papel que firmaba aparecía un análisis positivo en sustancias desconocidas y una interesante multa.

Sonreí. La noche me había jugado una mala pasada pero no podía dejar de pensar en la ironía de besar a la luna y dejar que su influjo desaparezca con las tenues luces del alba. Era mi sino: Ilusiones que se pierden para dejar paso a otras. Desde entonces no dejé de buscar aquel rayo de luna perdida en el río cada ciclo lunar.

Amanecer – Foto: Un buen día en Madid

Foto de Portada: Juan Carlos Cortina

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